La frontera
Volvimos del colegio y ella estaba demasiado cariñosa, rara, no sé si triste o qué. ¿Qué te pasa que andás con la cola entre las patas?, le preguntó mamá. Nada, dijo pero se puso colorada. Algo traía. Entonces me puse amable yo, a ver si se lo sacaba de una vez. Cuando estuvimos solas me dijo que me iba a dar una cosa. Le abrí la mano. ¿Qué esperás? Primero me hizo jurar que no me iba a enojar y juré. Era una carta cerrada. De Mariano. ¿Cómo de Mariano? ¿Qué se metía? Yo escribía la M por todos lados y me lo acordaba cada vez que me tocaba pedir un deseo. ¿Pero ella qué sabía? Era el primo de Caro y mi hermana, para hacerse amiga, seguro, le había contado que a mí me gustaba y la prima fue, nomás, y le dijo. Ahora me traía una carta de él y me bailaba alrededor diciendo tiene novio, tiene novio. Una letra espantosa, la verdad, no se entendía nada. La leí en silencio, sentí fuego en la cara, en la garganta y ganas de vomitar. ¿Estás segura que es de él? Mi hermana asintió y no me preguntó nada.
Saqué el elástico de saltar de su mochila del colegio y lo corté delante de ella para que vea bien. Até una punta de la manijita del ropero y la otra de la baranda de la cucheta alta, la mía. Partí la pieza en dos. De la línea para acá, ni se te ocurra poner un dedito que te lo corto, le dije. Ella me daba charla: yo hacía de cuenta que no existía. Dejó que un crayón rodara hacia mi mitad y enseguida lo estrujé con el pié como hacen los adultos para apagar los cigarrillos en la calle. Estuvo un rato suplicando, pero después se sentó a hacer la tarea como si nada. No era justo. La ventana estaba de mi lado, le cerré la persiana y quedamos a oscuras. Pero me ganó rápido: la tecla de luz ahora era suya. Yo me trepé a mi cama, como pude, porque la escalera estaba del otro lado. Me la quedé mirando desde arriba. Acurrucada, para que las piernas no entraran en su territorio, me fijaba que ella no se pasara al mío.
En eso apareció mamá en el horizonte. Voy a hacer compras, dijo, ¿vienen? Mi hermana me miró triunfal, la puerta había quedado de su lado, la división me dejaba encerrada. Mejor así. Cuando se fueron volví a sacar la carta y la rompí con los dientes mientras se me saltaban las lágrimas. No sos linda, no le digas a nadie más que gustás de mí.