¡qué Te pensás!

Sin título
Fotografía, toma directa. 2015

Bailar

Es tarde, una de las animadoras la trae llorando. Muchas emociones, digo. Está transpirada, pasada de sueño y tiene la cara sucia de chocolate. De mayor a menor se deben haber mandoneado sin piedad. Al mismo tiempo seguro se amaban y se hacían cómplices. Le seco las lágrimas, le sueno los mocos y me la quedo en brazos mientras converso con los demás. El turno de la torta la va a encontrar tímida y de mal humor.
El cumpleañero es el ídolo de todos los primos. En cada reunión familiar lo persiguen, le piden juegos, lo imitan, lo dejan agotado. Es cuatro veces más grande que ellos y hoy no tiene permitida la diversión infantil, está en rol adolescente. Con sus amigos demuestran cuánto saben las letras y los pasos de las canciones. Bailan en una habitación decorada como boliche. Los nenes y los adultos somos personas no gratas, los primeros estorban, los segundos avergonzamos. Los dos extremos de edades nos quedamos al margen. Los chicos están celosos, nosotros muertos de curiosidad.
Los padres vienen a buscar a los invitados. Es el fin, también tenemos que irnos, claro, justo ahora que mi hija está entretenida y quiere quedarse un rato más, siempre es así. La cazo al vuelo, forcejeo para ponerle el saquito, lloriquea. La arrastro a la puerta. Somos las últimas que quedamos. Atravesamos lo que fue la pista de baile. Si bien ya hay un chico barriendo, todavía están encendidas las luces de colores y la música suena fuerte. Ella me aprieta la mano y se clava al piso. La miro. No me dice nada, pero sé qué es lo que pasa. Un recuerdo borrado de la que fui a su edad me lo explica. Entonces me atrevo: nos ponemos a saltar frenéticas, cuanto más alto mejor, nos sacudimos, movemos la cabeza, nos da risa. Es un minuto en el que creemos que nadie nos ve y somos felices.