Miedo
Al final, a lo inconfesable, a lo desconocido. Miedo al miedo. Cada uno tendrá su abanico de horrores dispuestos a atacar: vejez, amnesia, soledad, cambios, traición, pérdida, enfermedad, dolor, fantasmas, animales, a la muerte propia o ajena.
Tía no teme por los grandes temas, le parecen clisés, otra vez sopa. En cambio, logra alterarse ante preocupaciones efímeras. Y, mientras dure el breve motivo de su miedo, sus nervios se crispan y su concentración queda paralizada.
Hoy será Noche Buena y tiene miedo de que la comida que irán trayendo los parientes no entre en la heladera. Cada vez que pasa por la cocina la abre. Aún está vacía, libre de problemas. Cuenta los estantes, calcula cuánto habrá que meter, mira las botellas todavía sin frío y se desespera. Por fin llegan las bandejas, hay Vitel Toné, ensalada rusa, Waldorf y de frutas, piononos, tomates rellenos, carnes asadas, helado. Organiza todo con disciplina militar: las mayonesas y las cremas primero, las bebidas van afuera con hielo. Juega al Tetris para aprovechar al máximo el espacio enfriador. Lo logra y se alivia. Pero enseguida la asalta otra angustia. Tanto la víspera como la noche de fiesta le estrangulan el corazón. Paso a paso va proyectando lo peor que podría pasarles. Que se corte la luz, que no alcance la comida o que sobre en exceso, que entren ladrones disfrazados de Papá Noel, que se pasen de copas, que toquen el tema de los lotes y haya pelea, que la perra se infarte con la pirotecnia, que se quemen, que los chicos sufran un golpe de calor, que los lastimen los corchos, que los maten las balas perdidas.
Terminados los brindis y abiertos los regalos, se retiran. Estuvo todo perfecto, qué anfitriona de lujo, felicitan. Ella se alegra, ordena y por fin se acuesta. Llega su auténtico motivo de celebración: ya pasó todo. Habrá borrachos en las rutas, lo usual, piensa, siempre hay muertos en Navidad, pero no en su terreno, ya no es su problema. Apaga la luz y puede conciliar el sueño.