La luz encendida
Se nos vienen empañando los vidrios. Todos, los de atrás peor porque el nene está dormido, parece máquina a vapor. Con el aire acondicionado se depeja un poco, pero nos morimos de frío. Prende, apaga, prende, apaga. Cuando no nos congelamos, vamos a ciegas. A Rubén se le da por pasarle un trapo al parabrisas. ¿Qué hacés? Es un desastre, queda marcado. Yo voy al volante, a él no le gusta manejar de noche y menos por la ruta.
Cuando estamos llegando suena mi celular. Es mensaje, leelo. Revuelve en mi cartera hasta que lo encuentra. Tu viejo, dice y lee en voz alta: no voy a estar, arranquen sin mí. Resoplo, pero me quedo callada, no le quiero dar pie a Rubén para que despotrique en contra de mi papá. Fijate si tengo las llaves.
Despertamos al nene a la fuerza. Nos cuesta bajarlo del auto, se queja, lloriquea. Entramos y grito un hola que es puro reflejo. Rubén me lo reprocha, que ya sabía que no había nadie, que a quién saludo. La casa está helada, prendo el horno más para calentar la cocina que las empanadas que traemos. Rubén abre una botella de vino. El nene se hace pis, lo acompaño al baño, lo espero y hago que se lave las manos. Al salir noto que mi papá se dejó encendida la luz de su habitación. Andá a apagarla y vení, lo mando.
Tomo un sorbo de vino y me vuelve el alma al cuerpo. La comida ya casi está. Rodrigo, a comer, grito. Pero no responde. Rubén también grita, pero no hace caso. Entonces voy pisando fuerte por el pasillo para que se vea venir el reto. A comer, ¿no escuchaste? Me quedo con las palabras en la boca, se me aflojan las piernas. Mi papá está colgado de una viga de su habitación, la luz encendida, la cara azul, los ojos abiertos. Los ojos de Rodrigo también están muy abiertos, pero no tiene ninguna expresión en la cara. Está inmóvil, el horror se le metió para adentro, lo zamarreo hasta que reacciona. Se me acerca a la oreja: recién se movía, me dice y ya no vuelve a hablar.