¡qué Te pensás!

Sin título
Fotografía. Toma directa. 2014

Cicatriz

En esta familia se pondera tanto la honestidad y la decencia que andan con las habitaciones abiertas de par en par. Que quede claro que no hay nada que esconder. Si no, se levantan sospechas. Pronto llega el golpeteo y un “qué estás haciendo” con el que alguien se pone a escarbar. De nada sirve justificarse ni contestar, no son preguntas, son reprimendas. Por cuestiones de buen gusto, acaso cierran la puerta del baño, pero nunca le meten llave. Y ojo, que no es por desparpajo. Al contrario, acá son todos bien pudorosos. La desnudez es inmoral, un escándalo, un bochorno. Circular adentro, entonces, es andar en campo minado. Mucho peor en verano: pululan cuatro generaciones en la casa de la costa. Hernán se la pasa castigado. Tiene cinco años y la costumbre de entrar a cualquier lado sin pedir permiso. Ayer pescó al tío Gordo frente al espejo. Había algo raro: con los labios hundidos se tragaba el bigote y la cara era otra, más blanda, sin filo. De pronto se percató de que tenía la boca vacía y la dentadura en la mano. Imposible. ¿La dentadura en la mano? Respiró asustado, como un asmático, y huyó del latigazo de toalla que el monstruo quiso atizarle. No le va a ir mejor ahora. Acaba de entrar al cuarto de la viejita, mala suerte, justo ella empieza a desvestirse. Saldría corriendo, pero va a hacer que noten su presencia y puede imaginar los gritos, que qué sinvergüenza, que cómo no tenés respeto. Prefiere esconderse y esperar. Cierra los ojos un rato y finalmente le gana la curiosidad, los abre y la ve. Las piernas flacas, fláccidas, derretidas, con pliegues de cuero desinflado y la imagen que va a atormentarlo: una hendidura ininteligible que parece cicatriz, ahí, justo donde hace un instante estaba la bombacha.