Reina de belleza
Dicen que fue reina de belleza hace un tiempo y que, durante el año que tuvo sangre azul, los de la intendencia la forzaban a subir a un rastrojero y la paseaban con cetro, corona y una mano en alto que saludaba en cámara lenta.
La verdadera popularidad, sin embargo, le llegó cuando su nombre apareció en los diarios de la capital mezclado con la nómina de muertos y heridos tras un choque en la ruta. Era la única de nuestro pueblo que iba en el ómnibus de larga distancia. El accidente la hizo famosa.
Es de mala educación que te la quedes mirando así, me amonestó mi madre. Yo quería obedecer, buenos días doña, la envejecí con el saludo y fingí que no me percataba de la silla de ruedas. Pero cada vez que me la cruzaba, los ojos se me terminaban desviando a las piernas inanimadas que se zangoloteaban si acaso la empujaban por el tramo roto de la vereda.
La mamá de July cobraba por hora para ayudarla con la limpieza y July empezó a tejer historias sobre la antigua reina de belleza. Ventiló que una de las piernas era de plástico, que puertas adentro no la usaba, la dejaba parada frente al espejo con la chinela puesta. Mi madre nos mandó a callar, estaba segura de que la pobre tenía las dos piernas suyas, inútiles, pero suyas. Entonces July ajustó su voz y la volvió secreto: la pierna muerta está haciendo de las suyas, dijo, no la tiene, pero a veces le duele, a veces le pica, a veces le aprieta la media que usaba el día que se la amputaron, se le convirtió en un fantasma. Juró por dios y beso una cruz armada con el índice y el pulgar.
Aquella noche me desperté en la mitad de la penumbra. Camino al baño me topé con el reflejo de un zapato tirado y me hice encima. Volví a quedarme dormida pensando en la reina de belleza. Soñé con un ataúd enorme en el que, como un niño, habían acostado la pierna perdida.