¡qué Te pensás!

Sin título
Tinta sobre papel. 2013

Pacto

A menudo viene Hugo a pintar, repintar o empapelar. Parece sacado de los dibujos animados: su gorrito blanco deja escapar mechones de pelo naranja. Le tiemblan las manos y eso se nota más si está fumando. No sostiene los cigarrillos en la v de victoria, sino que, para que no se le caigan con los sacudones del pulso, hace una pinza apretada entre el pulgar y el índice. Las colillas quedan chatas incluso antes de que las pise.
Jugamos mientras él trabaja. Tiene un lápiz tan plano como sus puchos, lo usamos para dibujar sobre el diario que protege el piso. En nuestras manos el metro plegable se vuelve muñeca articulada y le robamos el nivel a ver quién mantiene la burbuja inmóvil por más tiempo. Nos deja arrancar el empapelado viejo. Somos perros rabiosos con los jirones en las manos. Si las risas se nos suben de tono, una voz va a llegar de otra parte de la casa para pedir que no molestemos al hombre. Qué va, si no molestan, nos defiende pero se rasca la cabeza para pensar cómo resolver nuestro desmadre.
La inquietud de sus manos nos preocupa cuando aparece la pintura. Nos ponemos solemnes. Damos vuelta un par de baldes y nos sentamos ahí para verlo hacer. Mete el pincel o el rodillo y el camino hasta la pared hace un reguero. Estamos serias y contenemos la respiración para acompañar el trayecto. Nos codeamos, acabamos de descubrir que el diario está corrido, que los gotones caen sobre una porción desnuda del zócalo. Le avisaríamos, pero es tarde.
Pasan los días, el trabajo se acaba. Hugo se baña y es otro. Sus mechones volátiles ahora están húmedos, peinados para tapar la calvicie que el gorro nos escondía. Huele a colonia. Es viejo. La voz que nos reprendía de lejos se hace presente en la habitación: inspecciona. Las paredes están lisas, suaves, relucientes. Pero un dedo índice señala el zócalo chorreado, pide explicaciones. Hugo se pone colorado. No las rete, señora, dice. Nosotras bajamos la cabeza, es un costo razonable.