Un ejercicio entre texto e imagen que se renovó semanalmente.
En cada uno hay un microrrelato disparado por una imagen, o una imagen que surge de un microrrelato.
Diego Axel Lazcano
Artista Visual y Diseñador Gráfico. Participa en exposiciones y convocatorias colectivas de artes visuales. Edita publicaciones independientes.
Participó en "…xyzA-Cdef…" antología de poesía visual argentina y catalana (Tiempo Sur, Associació Cultural de Poesia Pont del Petroli, Badalona - Buenos Aires 2019)
Se baña y se ata el pelo bien tirante. Le duele, pero así se siente más despierta, segura, altanera. No le interesa el papel de la Eva avergonzada que se tapa los pezones con la cabellera y los genitales con plantas. Todavía está desnuda, pero ya se puso los zapatos, si no en segundos le quedarían los pies negros. No le gusta andar descalza en la casa de él y tampoco tiene intenciones de fregarle los pisos. No es su Cenicienta.
Se dibuja una cara severa arriba de los rasgos trasnochados. Tapa esas ojeras, se delinea ojos felinos y se pinta los labios. En el espejo está lista su expresión de oficina, su aire formal, sus pretensiones de jefa. Él todavía huele al tabaco que se le impregnó en la fiesta, a sexo, a látex y a vino. Los resabios de la noche anterior están regados por todas partes. Ella se asquea y se malhumora de verlo tan tranquilo. No es justo que tenga que trabajar con semejante ardor en el estómago y él así, como un rockstar de gira. ¿No se te hace tarde?, lo aguijonea. Él no contesta. Sabe que eso no es curiosidad, que la pregunta disfraza el reproche: levántate inútil.
Taconea de acá para allá. Se le aparece a cada rato, le muestra cuán vigorosa es y quiere arruinarle el descanso. No hay caso, está muerto. Entonces se pone el corpiño y con las manos ayuda a que las tetas se queden juntas, simétricas, allá arriba. Ofrece un streap tease sin música ni sensualidad en el que se viste con la torpeza del apuro. Él resucita y se ríe, ella gruñe.
El tipo sigue en la cama. El olor de las sábanas le trae el recuerdo lúbrico de los gemidos transpirados. Se estremece y la mira, pero la mujer que encuentra es otra, una impaciente que espera para irse en el marco de la puerta, hasta tiene la cartera colgada al hombro. Que le baje a abrir, exige. Está firme, tirante, preparada. Se cree poderosa y completa hasta que por fin él se levanta de la cama jactándose de una erección rotunda.